lunes, 25 de octubre de 2010

5. Amor eterno

Cuando aparco la bici y doy descanso al pelotón lo hago gustosamente. Entonces cojo mi saco estanco con asas y hago lo que nunca hago: coger buses y lo que se tercie.

Toca detenerme en sitios donde paran los buses, que es donde hay hoteles y que es donde paran la mayoría de turistas y/o viajeros. Y hay sitios que donde hay turistas suele haber tiburones con piernas, cocodrilos con brazos y buitres con cara que tratarán de exprimirte hasta el último céntimo que lleves.

Igual pasará en las estaciones de autobuses, donde se llevarán la palma. Tendrás que pelear los precios porque siempre te los darán inflados. O cuando quieras desplazarte y necesites un taxi o una bemo, siempre luchando para sobretodo, que no te tomen por tonto.

Y al final acabas harto de todo y de todos.

Y entonces me entra morriña y me acuerdo de mi pelotón, y sobretodo de ella, de “Artea la atea”.

Porque nada me dará más libertad e independencia que ella, juro amor eterno a mi bicicleta,

mi fábrica de sueños,

mi fábrica de felicidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario