lunes, 25 de octubre de 2010

3. Un triste cuento

Érase una vez una isla tranquila habitada por amables hombres y mujeres. Creían en una religión distinta a la de sus vecinos y vivían del arroz, arte que cultivaban siguiendo la tradición marcada por los padres de los padres de los padres de aquellos que llegaron primero a la isla.

Y aunque a veces fueron invasores y otras veces invadidos, en general era un pueblo pacífico y feliz, que disfrutaba de un entorno verde donde los críos correteaban felices…

… y vivían en armonía

Pero un día empezaron a llegar extranjeros con extraños aparatos colgados al cuello, que vestían ligeros de ropa y disfrutaban bebiendo cerveza. Algunos habitantes de la isla empezaron a cambiar y a comportarse de una forma extraña, relacionándose mucho con los nuevos invasores y aprendiendo lo peor de ellos. Poco a poco fueron siendo más y más los que les siguieron… y con los años, en muchas partes, los más mayores no reconocían a sus propios nietos. Las viejas costumbres se perdieron y ya nunca volvió a ser lo mismo.

Los niños, salvo algunos como el de la derecha, no volvieron a temer a los fantasmas…

… y las niñas empezaron a soñar con príncipes rubios…

… las piedras dejaron de hablar…

… y los dioses fueron sustituidos por otro nuevo. Algunos lo llamaban “dólar”, otros se referían a él como “euro”.

Para las nuevas generaciones, las viejas tradiciones murieron, se cerraron para siempre.

Entonces algunos se retiraron a las montañas y trataron de mantenerse fieles a lo que siempre habían sido…

… otros se refugiaron en la costa y se volvieron nostálgicos y melancólicos…

… y los más valientes se retiraron a la mar, encerrándose en su propio mundo…

… soñando que un día sus barcos podrían volar y compartir los cielos con los pájaros, huyendo de una isla que sentían que ya no les pertenecía. Porque esa isla fue conquistada por esos nuevos invasores, a la mayoría de los cuales no les importaba nada su cultura ancestral. Pero lo que más entristecía a estos que soñaron con volar fue que sus propios hermanos dejaron de soñar. Sus propios hermanos se volcaron en la adoración a sus dos nuevos dioses. Y estos dioses, perversos, les volvieron avariciosos y egoístas y aunque ellos creían que sí, no fueron ni felices ni tampoco comieron perdices.


Y colorín colorado, este triste cuento se ha acabado…

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